CRÓNICA.
Gregorio Antonio era minero. Trabajaba en Playa Colorada, avanzando el frente junto a su compañero (o socio, como dirían los mismos mineros) Isaías. Comenzó desde muy joven; en el año 1988, con tal solo dieciocho años, germinó su labor, manteniendo durante treinta años a su familia con los ingresos que obtenía de las arduas horas bajo tierra, resistiendo el calor, la oscuridad y el susurro de la muerte que en tantas ocasiones le envió por meses al hospital. Con la mujer que amó, Elizabeth, tuvo tres hijos; Diego, Jésica y Anderson. A quienes les hacía juguetes en sus ratos libres, manualidades ingeniosas que entregaba con cariño para que los niños se entretuvieran. Algunas veces tallaba en madera muñecos y otras veces hacía carros o figuras extrañas. Para el año 2012, tiempo en que las personas hablaban del repentino fin, de la culminación de la vida, decidió tallar una peculiar pata para entregársela al menor. Al llegar a casa le explicó que cada dedo significaba un de...